sábado, 23 de junio de 2007

Fuerza y razón

Recuerdo la ocasión en que una amiga muy querida (particularmente más querida en el tiempo en que ocurrió lo que refiero) me disparó con énfasis, tal vez demasiado ensayado para mi gusto, una frase que por el énfasis y por el significado se me ha quedado grabada hondamente; rectifico: el sentido de la frase más que la propia frase se me ha insertado en el ánimo de forma cuasi permanente. Se refería ella en esa ocasión a un enfrentamiento de carácter académico recientemente vivido donde, según sus palabras, espetó a sus antagónicos colegas: "¡No podemos aceptar que la razón de la fuerza se imponga sobre la fuerza de la razón!"... o algo por el estilo.

Tengo más presentes que las palabras su tono de voz, el gesto de su rostro y la intensidad del gesto de su mano, todo ello fielmente aprendido en los círculos de oradores a los que era asidua asistente. Debo reconocer que además percibí en su perorata, en ese momento, uno de esos íntimos reproches que habitualmente no hacemos pero que llegan a cargar de intencionalidad la frase que resulta oportuna para hacer pensar al otro que algo está haciendo o ha hecho mal en relación con lo que se está mencionando.

Pienso ahora en lo que menciona Umberto Eco en su novela La misteriosa llama de la reina Loanna, cuando en uno de los pasajes justifica que el protagonista de su historia sienta ternura ante la vista de una fotografía donde marchan los ejércitos de Hitler. Explica que independientemente de lo perverso o dañino del hecho vivido, éste pertenece a una época en que necesariamente vivimos situaciones memorables; situaciones que aún un recordatorio doloroso nos puede ayudar a revivir.

De igual manera en cuanto a mecanismo de la memoria y las emociones funciona la repulsión instintiva hacia gestos y actitudes afectuosas que, en el pasado, hemos descubierto como máscara de ocultas, perversas o indecentes intenciones (inciso "D": todas las anteriores). Como el caso de la mujer que ha aprendido a desconfiar de las flores incidentales que le lleva el marido (o del marido que ya interpreta ciertos gestos cariñosos como abrillantamiento de cornamenta); todos hemos aprendido, en mayor o menor medida, a desconfiar de ciertos gestos de ciertas personas.

¿Será por eso que me da cierta (¡mucha!) desconfianza el nuevo convenio que firmaron Reyes Tamez y Elba Esther? ¿Será por eso que no le creo a Leticia cuando dice que va a atender nuestras observaciones para mejorar las cosas en la Normal?

Ficcionizo: "Efectivamente, maestro, para mi administración resulta muy valiosa cada observación que ustedes realizan en nuestras juntas de evaluación. Una vez que ustedes han terminado de evaluar a la institución, nosotros mismos realizamos una segunda evaluación para evaluar a los cabrones que nos están evaluando mal ¡y mandarlos a evaluar a su madre!"

Hacer entrañable lo que originalmente nos lastimó es un mecanismo de defensa emocional y de higiene mental. Creer lo que nos asegura alguien que ya ha traicionado repetidamente nuestra confianza es un acto de estupidez.

Quien tiene la fuerza no siempre tiene la razón. Quien tiene la razón, a la larga tendrá la fuerza.

viernes, 22 de junio de 2007

Evaluación

Hoy, en la Normal Superior, tuvimos una reunión de evaluación para un programa raro que se llama PEFEN. Se supone que tenemos que hacer planes para mejorar la formación de maestros y, si el plan es atractivo, a la normal le van a dar una lanota para que se la gasten en quiensabequé.

La cosa estuvo patética, porque hay un montón de gente que, en vez de enfrentar objetivamente la tarea de evaluar, aprovechan la oportunidad para hacer alarde de su elevada competencia para hacer simbólicas caricias con la lengua. En cierta forma los entiendo; algunos de ell@s son personas que han recibido una buena cantidad de beneficios que por talento personal nunca alcanzarían. Resulta bochornoso (como escribió Serrat) verles enfrentar los planteamientos de evaluación como si fueran preguntas de un examen de conocimiento de la institución. En fin; que de evaluación hubo bien poco y los muy pocos que evaluamos realmente (con todo y que Isaías me acusó de subjetivo porque me describí como objetivo) quedamos alegóricamente sepultados bajo las cenizas del mucho incienso que en esa reunión se le quemó a la maravilla de escuela en que convivimos. Amén.

La verdad es que estamos viviendo en tierra de sinvergüenzadas donde lo único que interesa a los protagonistas es chutarse la mayor cantidad posible de lana del erario para fines personales. La normal, nuestra otrora chingona institución, se ha convertido en negocio de unos cuantos que ya ni siquiera se preocupan por cuidar las formas. ¿Y la administración nombrada por las autoridades estatales para cuidar el rancho? Bien gracias; unos rebasados y otros conchavados.

Que se joda la educación.