sábado, 13 de septiembre de 2008

La otra casa del otro Asterión (y que Borges me perdone)



Soy el Asterión, y esta es mi casa. Acepto sin reservas las acusaciones de soberbio y de bruto que mis detractores puedan dedicarme; y sin embargo rechazo aquellas que ponen en duda mi magnificencia y mi generosidad. Es falso que mi casa es un sitio de perdición reservado para iniciados; sus puertas, que sin ser infinitas son amplias, permiten la entrada a cualquiera que exprese el honesto deseo de recibir la bendición de mi sabiduría. Mienten quienes afirman que mi casa es igual a otras tantas que existen por las Antiguas Tierras del Fierro, en los Purísima Tierra, o en la Tierra de Cítricos: mi casa es única y, aunque aquellas han tratado de imitarle, no hay forma de repetir la opulencia y el dispendio que el visitante puede gozar en mi lar. Tampoco es cierto que no me atrevo a salir a presentar mi conocimiento ante los demás. Es sólamente que no me gusta participar en congresos ni andar humillando a la gente con mi sabiduría. Si quieren les mando choferes y edecanes para su congresito. No en vano es una corte de reinas la que me ha hecho lo que soy, y no me puedo confundir con el vulgo.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres. Hasta la fecha no tengo la menor idea sobre qué es la comprensión lectora y estoy convencido de que la única verdad del mundo está en mi casa y en la sacra doctrina del sabio Marzano, que tan noblemente su testaferra de la Leyva me ha predicado. Sé que la verdad está en un Documento que algún día alguien será capaz de contruir. Sé que mi madre se creía y se sigue creyendo reina, y que mi padre fue un búfalo salvaje.

Por lo restringido de mi conocimiento, sin embargo, a veces me aburro.

Claro que no me faltan distracciones. Me gusta andar haciéndome pendejo por los múltiples pasillos, recovecos y escalas con que mis servidores han llenado mi casa. No se me oculta que han aprovechado para engordar sus propios bolsillos, pero eso es poco importante ante el fasto y el oropel. A veces doy vueltas y vueltas hasta marearme, o me pongo a inventar programas de tutorías, de evaluación, o de mejoramiento institucional, y termino igual de mareado y sin llegar a ningún lado. Después de que me levanto de mi mareo, encuentro otra puerta, otro recoveco u otro espacio por donde deambular. Otro juego que disfruto es el de tratar de partirle la madre al otro Asterión, el que seguramente surge de la falta de un enemigo político al frente. Entonces divido mi personalidad y me lío a golpes, insultos y descalificaciones a mí mismo hasta terminar con todo el hocico sangrado, como el caballo de José Alfredo. En ocasiones he tratado de usar Internet, pero me lo tienen con acceso restringido los bastarditos de mi Padre Bufalín.



Son catorce (son infinitos) los recintos, pasillos y escaleras el lugar en el que habito. Mi casa es el único mundo que importa. Dos veces cada año, entran a mi casa hombres y mujeres jóvenes para que yo les libere de todo mal. Veo sus altos promedios, y corro alegremente a partirles en pedazos las esperanzas, la sabiduría, las ilusiones y la vocación. Juego con ellos por cuatro ciclos hasta que no quedan más que despojos desesperanzados que mando al mundo con los ojos en blanco y con las mentes sorbidas para repetir el evangelio de mis madres entre los catorce (infinitos) hijos del hombre.

Supe que pensaban mandar a Teseo para hacerme la competencia desde su propia casa, pero mis madres ya se están arreglando con mi hermana Ariadna para tenderle un cuatro junto con una banda nueva de Doctores de la Ley, y mandarlo mucho a la conch'esu mare.

Al término de sexenio la nueva casa de adiestramiento brilló. No quedaba ni un resto de conocimiento en la casa de Asterión.

--Ariadna --dijo Teseo, --Se me hace que mejor dejamos que el Minotauro se acabe sólo.