jueves, 4 de noviembre de 2010

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La primera "Normal Superior del Estado" nació en octubre de 1941, a iniciativa de personajes cuyos nombres hoy son icónicos para la eduación: Humberto Ramos Lozano, Plinio D. Ordóñez, y Oziel Hinojosa García, entre otros visionarios educadores que luchaban por que existiera una alternativa de calidad para la, entonces, actualización docente. De ese primero proyecto apenas existe registro de tres egresados de la especialidad de matemáticas.

Tiempo después se comenzaron a impartir los Cursos Intensivos de Verano, organizados por el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, donde se forjó el equipo que más adelante daría origen a nuestra actual Institución. De hecho, en el verano de 1961, y antes de que se fundara de manera oficial la ENSE, se impartió el primer Curso de Verano por cuenta directa del estado. No me preguntes cómo resolvieron el embrollo de comenzar a operar antes de tener reconocimiento oficial porque no lo sé; eran otros tiempos, en que las cosas se hacían con riñones y con corazón.

En buena parte fue gracias a la brillante trayectoria académica y política del Profr. Humberto Ramos Lozano que se pudo cristalizar el proyecto de una escuela para formación de docentes de secundaria en el estado, pues luego de su aventura en el 41, se dedicó a trazar una carrera política que veinte años después le permitió llegar a la Secretaría General de Gobierno, siendo gobernador el Lic. Eduardo Livas, desde donde retomó el proyecto que culminó en la creación, por medio del Decreto 14, de la Escuela Normal Superior del Estado de Nuevo León, publicado el sábado 4 de noviembre de 1961 en el Periódico Oficial del estado. Es por eso que se guarda un especial afecto y consideración a la persona y memoria del Mtro. Ramos Lozano, cuya imagen se encuentra en la placita de la entrada de la escuela.

El primer director de la ENSE fue el Profr. Ciro R. Cantú, y las primeras clases se impartieron en el edificio de la Escuela Primaria "Venustiano Carranza", a donde llegaban los profesores de primaria para recibir formación complementaria a partir de las 6:30, en un horario que por décadas persistió (18:30 a 22:00 hrs). El edificio que actualmente ocupa nuestra normal comenzó a construirse en 1964 (En la foto, la ceremonia de "primera piedra" de esa construcción por el gobernador Lic. Eduardo Livas Villarreal), una vez que se cumplieron los tramites para desplazar las tumbas de los terrenos que entonces formaban parte del panteón que aún está detrás de la escuela. 


En 1988, al cumplirse el centenario del natalicio del Profr. Moisés Sáenz Garza (distinguido apodaquense al igual que el Mtro. Ramos Lozano, principal promotor de la educación secundaria en el país e inspiración de los docentes neoloneses), se impuso su nombre a nuestra escuela, por lo que desde el 4 de noviembre de ese año dejó de ser la ENSE para convertirse en la Escuela Normal Superior "Profr. Moisés Sáenz Garza".

Hoy 4 de noviembre de 2010 nuestra Escuela Normal Superior cumple 49 años, y parece que no habrá más celebración que la que le conceda la memoria.

Larga vida a mi Escuela Normal Superior, tan lejos de Dios y tan cerca del ISO.

martes, 2 de noviembre de 2010

Harakiri

Uno de los principales problemas que enfrenta un docente al momento de trabajar con sus alumnos es la posibilidad (y exigencia) de convertir las intenciones del estado, expresadas a través del currículum, en una realidad. El punto álgido es: ¿realmente basta con realizar las actividades y obtener los productos para garantizar que los estudiantes han obtenido los aprendizajes esperados? Es decir, ¿basta con ponerlos a buscar la información importante de un texto para que aprendan a reconocer la información importante de un texto?; ¿basta con ponerlos a escribir un resumen para que aprendan a construir resúmentes? Creo que mi postura es bastante clara en los cuestionamientos: no es suficiente.

He trabajado por 14 años en la escuela secundaria, afortunadamente siempre impartiendo Español, que es mi especialidad. La mayor parte de ese tiempo me dediqué a atender a grupos de tercero, hasta que llegó a este grado la Reforma del 2006; en ese momento pasé a atender segundo grado con los programas actualizados, y en este ciclo escolar tengo, por primera vez desde que inicié a trabajar en secundarias, la oportunidad de trabajar con primer grado. Para mí esta circunstancia ha resultado bastante afortunada, pues me ha dado la oportunidad de trabajar con el libro para este grado que yo mismo escribí y que justo en este ciclo escolar llegó por primera vez a las aulas de México.

Dejando anécdotas y trayectorias de lado, la situación en que me encuentro actualmente se me presenta como una oportunidad de oro para evaluar en mi propia experiencia la calidad de la propuesta didáctica que ofrezco a los docentes; visto de otra manera, podría traducirse como justicia poética, toda vez que estoy obligado a tomar una sopa de mi propio chocolate (¿de verdad así es la frase, "Una sopa de tu propio chocolate"? ¿Y a quién se le ocurre comer sopa de chocolate?). Recuerdo que en uno de los talleres para autores que se impartieron en la ciudad de México, la Dra. Celia Díaz Argüero, principal responsable del enfoque y contenidos del actual programa de Español para secundaria, nos indicaba que cada vez que propusieramos que los alumnos realizaran una actividad, tratáramos nosotros mismos de cumplirla, para corroborar que es realizable en el tiempo y de la manera que se plantea.

En este caso, creo que lo más valioso de esta situación, tanto para mí como para los potenciales usuarios de mis libros, es que soy un autor (no sé si uno de los pocos o si el único) que imparte clases en secundaria con apoyo del libro que propone para el desarrollo de los contenidos. Desde esta muy particular atalaya (o desde el fondo de un triste foso, según se quiera ver), estoy en una situación privilegiada para valorar y dictaminar de manera directa y testimonial, la eficiencia de mi propuesta didáctica.

Para darte un poco de contexto, suponiendo que no estás familiarizado con las clases de español en secundaria, especialmente con los cambios que se han dado a partir de la Reforma del 2006 que actualmente se está extendiendo hacia la educación primaria. La diferencia más importante que se puede destacar es que los contenidos de los programas ya no son los famosos "temas", sino que ahora se plantean prácticas sociales y el contenido del programa está organizado a partir de actividades a realizar; es decir que los alumnos más que aprender conceptos tienen que aprender a realizar tareas que involucran usos formalizados del lenguaje. Estás prácticas sociales o prácticas letradas se enfocan en tres ámbitos principales: de estudio (lo que tienen que saber hacer para desarrollar el autoaprendizaje), de literatura (las formas en que pueden disfrutar y crear la belleza del lenguaje), y de participacion ciudadana (los usos del lenguaje que facilitan la convivencia y la interacción en situaciones de interacción bajo parámetros de lo civil).

Ahora, para lograr sus propósitos el programa plantea que los aprendizajes deben ser "situados"; es decir, que los alumnos deben aprender a hacer las cosas en contextos reales de aplicación. Digamos que deben aprender a escribir reclamaciones; entonces tienen que reclamar algo real a un organismo o institución de verdad. Para que dichas situaciones se desarrollen, el recursos didáctico se llama "trabajo por proyectos". Puesto de esta manera, los libros se organizan en cinco bloques bimestrales, y en cada uno se abordan proyectos de los diferentes ámbitos, por lo regular uno de cada ámbito por bimestre. ¿Suficiente contexto?

¿Te acuerdas lo que te decía al principio sobre las exigencias del estado y las dificultades del maestro? Pues resulta que estoy viviendo esa situación en carne propia. Cuando comencé este curso me impuse el propósito de desarrollar integralmente las actividades de cada bloque con apego a la propuesta de mi libro. "¿Quién mejor que yo -me dije- para pilotearlo?" Pues mira que ya tengo algo que contar.

Al trabajar con el primer proyecto del primer bloque, uno de los más ambiciosos, más complejos y más saturados de contenidos y actividades para el primer grado, correspondiente al ámbito de estudio, llegué a la triste conclusión de que es un proyecto tan lleno de condiciones y de requerimientos, que resulta irrealizable, incluso dedicándole todo el bimestre. Te lo explico; si todo fuera como darles la instrucción: "lean el siguiente texto, identifiquen la información más importante para comunicar el tema, úsenla para hacer un resumen y con ese resumen elaboren un folleto... y me lo entregan antes de descanso", de verdad que la cosa estaría regalada.

El asunto es que si en el programa se pide que los muchachos realicen esas actividades es porque no saben hacerlo, por lo que cada uno de los pasos mencionado implican un ejercicio de enseñanza. ¿Cómo se aprende a reconocer qué es lo importante y qué no lo es en un texto? ¿Cómo se jerarquiza esa información? ¿Cómo se construyen los recursos intelectuales que son aplicados al momento de realizar un ejercicio de lectura comprensiva? ¿Cómo aprenden los muchachos a vincular la calidad y la cantidad de información con un propósito social específico...? Es evidente: no pueden aprender a hacerlo si no se les enseña.

Ahora, son tantas las cosas que tiene que aprender a hacer un estudiante durante este proyecto (por no mencionar los aspectos complementarios de carácter técnico como el manejo del léxico, de tiempos verbales y la elaboración de fichas de referencia), que francamente resulta imposible cubrir en un bimestre.

¿Y cuál es la salida ecuánime para ese problema? No lo sé. Supongo que es un saber que deberemos de construir en forma conjunta docentes, autoridades, intelectuales y la gente de la industria editorial. Por lo pronto me toca estar en los dos lados de la ecuación: por un lado soy parte de los perversos inconscientes que demandan del maestro una serie de logros que se encuentran fuera de las posibilidades reales de ser alcanzados, y por otro lado soy una más de esas víctimas que pasan por incompetentes porque no soy capaz de cumplir lo que los expertos dicen que se puede hacer durante el tiempo escolar.

Creo, sin embargo, que lo que no podemos hacer es doblar las manos y considerar que se trata de una batalla perdida. Cada día es una oportunidad de que nuestros alumnos aprendan algo nuevo, y lo último que debemos hacer es dejar que corran los cuarenta minutos de la hora clase y que el mundo de los estudiantes continúe exactamente igual que cuando llegamos al salón.

Y no es vocación: es responsabilidad laboral.