viernes, 2 de enero de 2015

Refundar la formación docente: el currículum como trayecto.



Umberto Eco es autor del ya icónico artículo “¿De qué sirve el profesor?”, publicado en La Nación, en mayo de 2007, en el cual se plantea el conflicto en torno a la utilidad de los profesores en una sociedad que se informa instantáneamente a través de internet. Su planteamiento es:
“…ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela.” (ECO, 2007)
En concordancia con lo anterior, podemos describir al docente de la era actual como un mediador cultural, cuya función primordial es gestionar el conocimiento para la construcción de una cultura del aprendizaje (POZO, 2006:38-50) que a la vez provoca en sus alumnos el desarrollo de las habilidades que les permitan continuar con dicha gestión de manera autónoma. Sin embargo no podemos asegurar que la acción de las instituciones formadoras de ese profesional se encuentre en sintonía con tal aspiración pues, en su complejidad, el planteamiento normativo y la propuesta curricular dedicadas a la tarea atienden prioritariamente la adquisición de conocimientos teóricos y procedimentales muy específicos, mientras dejan de lado el fortalecimiento cultural y el desarrollo de cualidades personales de interacción humana.
Ante la necesidad de contar con educadores que respondan a las exigencias culturales y sociales del siglo XXI, la respuesta oficial ha sido construir listas cada vez más extensas y complejas de rasgos deseables para el maestro de educación básica que delinean, más que a un profesional de la educación, a un santo sabio, investido de poderes sobrenaturales como la telepatía y la precognición, capaz de resolver cualquier problema o circunstancia que se le presente, por inverosímil que esta sea (Cfr. TORRES, 1998). Las instituciones hemos respondido, en la tradición del “porcentaje suficiente”, asumiendo que las acciones que realizamos contribuyen de alguna manera a fortalecer algunos de esos ambiguos y elusivos rasgos. El resultado es que hay una serie de cualidades esperadas en el docente que no son atendidas por ninguna instancia formadora, profesionalizadora o actualizadora, en ningún momento de su trayecto formativo personal. Perfiles tan amplios y ambiguos no llevan a ninguna parte.
El egresado de las escuelas normales superiores (licenciatura en educación secundaria) es un seudoespecialista adscrito a pretendidos movimientos de innovación educativa que se concretan en una variedad de propuestas didácticas que semejan los complejos artilugios que construye el coyote en su afán de atrapar al correcaminos, y que, al igual que los ingenios del sufrido Willie, terminan entrampando a los cazadores mientras el correcaminos se aleja alegremente a seguir aprendiendo lo que quiere, como quiere y cuando quiere. La diversidad teórica y la falta de una visión filosófica y procedimental en torno a lo educativo provocan la dispersión en la actuación y los resultados de los docentes egresados de las normales.
Las limitantes y oquedades formativas mencionadas no son de ninguna forma responsabilidad del egresado, y parcialmente se puede hablar en descargo de los docentes formadores, pues ellos (aunque debería decir “nosotros”) se limitan a tratar de interpretar el sentido e intenciones de un currículum fragmentado e inconsistente que en un intento de abarcarlo todo, termina tratando sobre nada en concreto, a fin de cuentas “las propuestas teóricas para el cambio han sido más fuertes y profundas que los verdaderos cambios que han tenido lugar en las prácticas educativas” (POZO, 2006:30) Y ¿de dónde puede surgir un docente con el perfil esperado, si las instituciones dedicadas a dicha tarea no  lo están formando?
Ante este escenario, y asumiendo que existe una gran cantidad de variables que no se están tomando en consideración, me permito proponer lo siguiente:
·         El perfil profesional del docente debería concebirse como un proyecto de vida, contemplando un Perfil inicial, Perfil básico y Perfil profesional, definidos por estándares claros y mesurables. Este planteamiento recuperaría los resultados de las investigaciones sobre el desempeño docente que evidencian las ventajas de la expertiz en el desarrollo y fortalecimiento de competencias docentes.
·         La escuela normal debe prevalecer, pero abandonando su carácter de centro de estudios terminales, para ubicarse como Centros Iniciales de Formación Docente y, en el caso que nos ocupa, como un nivel básico de formación docente orientado a la educación de los adolescentes, en que el formando reciba las orientaciones para el abordaje didáctico de diferentes tipos de contenidos desde los enfoques vigentes. Deberá ser éste, además, un espacio en que se promueva el fortalecimiento e intercambio de diferentes expresiones artísticas y culturales (a despecho de la visión actual, en la que el desarrollo humano y cultural son aspectos complementarios del currículum). El sentido formativo deberá ser eminentemente humanista y promotor del desarrollo de la subjetividad como riqueza cultural del educador.
·         En el caso de la formación de docentes para la enseñanza de una asignatura, materia o área de conocimiento en secundaria, ésta deberá verse como un trayecto permanente durante la vida profesional del educador, con cursos de posgrado con nivel de especialista, pero enfocados hacia la ampliación y diversificación del saber (temático, didáctico y pedagógico) en relación con el campo del conocimiento; no se trata de tener conocimientos cada vez más profundos de un solo tema, sino de tener una visión cada vez más amplia y propositiva. La acreditación de estos cursos, ofrecidos por las mismas normales bajo normas y regulaciones estrictas, podría bien suplir o complementar el requerimiento de evaluación y certificación que plantea la Ley del Servicio Profesional Docente.

Monterrey, Nuevo León a 31 de enero de 2014 (Sí, hace casi un año que presenté la propuesta en los foros de consulta)..

 Fuentes referidas:
ECO, H. (2007), “¿De qué sirve el profesor?”, en La Nación.com, Publicado el 21 de mayo de 2007, Recuperado de ‹‹http://www.lanacion.com.ar/910427-de-que-sirve-el-profesor›› el 29 de enero de 2014.
POZO, J.I. (2006), “La nueva cultura del aprendizaje en la sociedad del conocimiento”, en J.I. Pozo et al, Nuevas formas de pensar la enseñanza y el aprendizaje. Las concepciones de profesores y alumnos, Barcelona, Graó, Pp. 29-53.
TORRES, R.M. (1998), “Nuevo rol docente. ¿Qué modelo de formación para qué modelo educativo?”, en revista Perfiles Educativos núm. 82, octubre-di, 1998, México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, Recuperado de    ‹‹http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13208202›› el 29 de enero de 2014.