La experiencia literaria es una de las situaciones escolares cuyas repercusiones se mueven con mayor incertidumbre en relación con lo previsibles que resultan los resultados de otro tipo de actividades. Cuando las actividades tienen que ver con temas como el estudio o la participación social, es relativamente fácil pronosticar el nivel de logro que tendrá cada grupo, e incluso es posible pronosticar el avance en que se moverán la mayoría de los alumnos.
Pero la literatura es una caja de sorpresas. Especialmente si tienes la sensibilidad, como docente, para conceder un mínimo de respeto a la posibilidad de aceptar o rechazar que tienen los alumnos. En este caso, me refiero a mantener un nivel aceptable de opciones para los alumnos al momento de elegir los materiales de lectura. Cierto, es más fácil y eficiente trabajar con textos preseleccionados y con guiones de interpretación pre-establecidos; pero en esos casos, lo único que logramos es sobre-escolarizar una práctica cuya naturaleza es ser uno de los principales ejercicios de libertad: decidir qué es lo que me gusta y qué es lo que no me gusta.
Esta semana que concluye, trabajé con la lectura de textos renacentistas (que me permití combinar con textos barrocos), y como parte de las actividades, incluí un par de sesiones dedicadas exclusivamente a leer. La dinámica: voy a la biblioteca, tomo una cantidad respetable de libros que cumplan con los criterios generales, los llevo al salón y cada alumno escoge el que más le llama la atención para leerlo. En esta ocasión los libros de los que llevé más ejemplares fueron algunas adaptaciones de “El Quijote” (“Profe, ¿y recuperó la cordura en algún momento?”), “El lazarillo de Tormes” (“Profe, ¿por qué le dijo ‘hideputa’?”), “Romeo y Julieta” (“Profe, ¿en dónde salen Romeo y Julieta juntos?”), y libros de poesía, donde mi gusto personal por el Madrigal de Gutierre de Cetina (“Ojos claros, serenos, que de un dulce mirar…”) fue la puerta de acceso para invitar a mis alumnos a buscar y disfrutar, incluso de manera inesperada para mí, del estilo y sentimiento renacentistas.
La experiencia me ha dejado satisfecho y convencido de que los adolescentes son personas con las disposiciones necesarias para sobreponerse a cualquier desventaja cultural o social a que les condicione su origen o contexto: disfrutaron, en su mayoría, la lectura. Se emocionaron e interpretaron; compartieron y comentaron; se emocionaron, lloraron, rieron, disfrutaron otra vez. Y yo lo único que tuve que hacer fue, después de haberlos contextualizado histórica y culturalmente, resolver algunas dudas de lenguaje y explicar algunas situaciones.
Ya lo dijo Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”.
El resto de la literatura también.