Nuestro país enfrenta una severa crisis educativa que, lejos de vislumbrarse próxima a su resolución, se sumerge cada vez más en complicaciones y derrumbes estructurales. El discurso en torno a esta problemática se ha construido como un sistema habitual de distribución de culpas y evasión de responsabilidades; nuestra añeja tradición de ser servidumbre nos mantiene esperando que la solución (mágica solución) provenga de un amo, jefe, líder o autoridad -porque "así tiene que ser"-. Quiero cerrar el año haciendo un recuento de algunas de las inconsistencias y desviaciones que, desde mi perspectiva, nos mantienen lejos de la solución del conflicto educativo.
1. "Se quiere responsabilizar al magisterio del fracaso educativo". Esta afirmación, realizada en distintos foros por personalidades de variados niveles, tiene un propósito político más que académico. Si bien es absurdo pensar que sólo los maestros somos responsables de la debacle que se está enfrentando en el sistema educativo completo, también es irresponsable tratar de deslindarnos de la ecuación. Baste recordar los casos ejemplares de docentes que, laborando en condiciones adversas y sin apoyo de las autoridades, han logrado altos niveles de desempeño con sus alumnos, recurriendo a la creatividad, la innovación y el entusiasmo (como fue el caso del maestro de la "niña Jobs", entre otros). La acción educativa del docente es el elemento fundamental en el que se basa el logro o fracaso escolar; desde la visión que tiene de su función, hasta la dedicación que otorga a su preparación y ejercicio, cada acto subjetivo se constituye como influencia positiva o negativa para los aprendizajes esperados de los alumnos. El docente es el elemento más importante -de todo el sistema educativo- para que el alumno logre los aprendizajes escolares.
2. "Se ha degradado y denigrado la figura del maestro". La democratización de un servicio, como lo es la educación que imparte el estado, siempre actuará en demérito de su calidad; de tal modo, ha resultado inevitable que arribistas, oportunistas y personas carentes de preparación o dedicación (por no llamarle "vocación") hayan llegado a ocupar un lugar en las aulas que no merecen ni justifican. La presencia de estos malos educadores ha impactado negativamente en la percepción generalizada que se tiene del gremio, el cual ha optado por cerrar filas en torno a sus malos elementos, para protegerlos en aras de una especie de solidaridad profesional cuya racionalidad ética no se corresponde con ningún sustento. Se ha tomado la etiqueta "profesor" determinante suficiente para hacer del que la detenta un sujeto merecedor de toda consideración y apoyo; personalmente me he opuesto a que se denomine "educador" a los miembros de grupos que fluctúan entre el vandalismo y la lucha social, fuera de las aulas, en defensa de privilegios y prebendas que nada tienen que ver con la educación, sin embargo esta no es una postura que genere muchas adhesiones. La valoración externa de la profesión sólo mejorará en la medida en que se depuren sus filas de malos elementos y se ofrezcan más buenos resultados que excusas.
3. "El encargado de la educación en el país debería ser un educador". Falso. El trabajo de las autoridades educativas es administrar, es decir, un trabajo de carácter burocrático y operativo; en tanto que la ministración del conocimiento es responsabilidad exclusiva del educador. No hay ninguna evidencia de que un educador podría hacer mejor trabajo como administrador que otro profesionista o servidor. Salvo Moisés Sáenz Garza, pocos secretarios de educación destacados han sido educadores de carrera (impartir una cátedra a nivel superior no puede equipararse a la docencia en su sentido pedagógico). En realidad, se trata más de una postura de gremio y de la fantasía de que, al llegar un profesor (¡Colega!) a los puestos de toma de decisiones, seríamos mejor comprendidos y las medidas que se emprendieran considerarían mayores consideraciones hacia los profesores; pero la evidencia nos dice que los docentes que han llegado a puestos de toma de decisiones (alcaldes, diputados, senadores, funcionarios) olvidan rápidamente sus raíces y evaden cualquier compromiso con el gremio del que han emergido.
4. "No se invierte suficiente en educación". Cierto a medias. México tiene un alto nivel de inversión (el 13% del PIB de Cuba es menos, en gasto por educando, que el 5% de México) que no se refleja en los resultados. De hecho, el desempeño de México en educación se encuentra catalogado como "Por debajo de lo que se esperaría de acuerdo al nivel de gasto público en educación" por la OCDE, organismo ante el que nuestro país es, en efecto, uno de los que menos invierte en la materia por educando. Sin embargo, una larga tradición de participación de los padres en el sostenimiento de las escuelas, así como una normatividad muy flexible que permite la comercialización de diversos artículos y alimentos al interior de los planteles, elevaría sustancialmente la cantidad de recursos que se mueven en el campo educativo. El principal problema es la corrupción. Docentes que reciben salarios de burla, mientras líderes, políticos y oportunistas acumulan pingües ingresos en salarios que no devengan; corruptelas que merman el flujo de efectivo en todos los niveles: desde los funcionarios que piden comisión por construcción de escuelas, compra de materiales o asignación de contratos (en ocasiones sobre bienes innecesarios o ineficientes), hasta directivos que hacen de las escuelas que administran sus "cajas chicas", mucho más productivas que sus ingresos legales. Ante tales niveles de corrupción y de ineficiencia en la aplicación del gasto público, no hay porcentajes del PIB que alcancen.
5. "A los alumnos de hoy no les interesa aprender". Cierto, en cuanto se agregue "lo que se les quiere enseñar, en la manera en que se les quiere enseñar". En realidad, tanto niños, como adolescentes y adultos, estamos constantemente aprendiendo, pues se trata de un proceso natural e inevitable. Tenemos que asumir que es la manera en que se seleccionan y ofrecen los contenidos de enseñanza lo que obstaculizan su aprendizaje por parte de los estudiantes. Nuestra tradición positivista nos impulsa a mantener procedimientos lineales, conceptuales y memoristas en el abordaje de los contenidos, nos parece inconcebible que el alumno pueda aprender algo de provecho si no es capaz de explicarlo, y enfatizamos más los mecanismos de explicación y verbalización del saber que el propio proceso de aprendizaje y significación del saber. Hablamos, lamentablemente, de un vacío formativo sistémico, que nace en las formadoras de docentes (que egresan educadores con tan poco conocimiento pedagógico como el de un egresado de cualquier universidad) y se continúa en los procesos de formación continua y actualización profesional. Los maestros enseñamos lo declarativo porque es lo único a lo que concedemos valor en nuestra cultura: saber es ser capaz de decir las cosas.
La alternativa es transitar hacia nuevos paradigmas educativos que incluyan una visión más abierta, holística y humana del hecho educativo. Recordar que el aprendizaje significativo es consecuencia natural de la participación de los sujetos en prácticas sociales, y que las prácticas de enseñanza, mientras más "escolarizadas" son, más alejan a los alumnos del deseo de aprender. Revalorar la figura del docente, implica resignificarla hacia la de un profesional que entiende los procesos sociales y cognitivos del aprendizaje, y los aplica intencionadamente en el diseño de mejores experiencias de aprendizaje. En este sentido las mejores herramientas con que contamos los docentes, si queremos actuar como verdaderos profesionales de la educación, son: la lectura de textos profesionales (teóricos), el comentario formativo entre pares, y la reflexión permanente sobre nuestra propia práctica; con estos actos, la innovación y la mejora educativa son consecuencias naturales y no un proyecto aislado.
Pero hay que leer.