Humberto Cueva, de quien tantas cosas tanto buenas como tanto malas he aprendido, solía despotricar (mas no necesariamente profesar) contra el actividismo (en realidad él lo llamaba "activismo", pero la palabra me parece inoportunamente cargada de significados muy oportunistas); me gusta más mi recién acuñada: "actividismo".
Uno de los principales fallos que podemos detectar en la actuación de una gran cantidad de docentes es la inexplicable compulsión a llenar cada segundo de la sesión con actividades, tengan éstas relación con el logro de propósitos y objetivos o no. Esta es la actitud que llamo actividismo: el afán por llenar horas-clase con actividades hasta la saturación.
Y es que hay mucha gente que sigue pensando que la principal misión de los maestros es mantener a sus alumnos ocupados para que no le estén jodiendo el alma al prójimo. En el colmo del exceso actividista, toda actividad de reflexión, incluso de autorregulación o metacognición, debe ir respaldada por una cantidad abundante de evidencias físicas.
Digo, sólo para contextualizar el peso de la crítica: cuando decides, por ejemplo, si la pizza que vas a ordenar será de jamón o de salami ¿haces un cuadro comparativo de características, o un mapa conceptual, o un tríptico? De ese tamaño son los absurdos en que se cae cuando te esfuerzas por dejar evidencia de cada paso en un proceso cognitivo como, entre muchos otros, la construcción del conocimiento.
A principios del siglo XIV, Guillermo de Occam postuló el principio: Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, que puede traducirse como: No multipliqueis innecesariamente los entes, o No ha de pretenderse la existencia de más entidades que las necesarias. Esto, dicho en un lenguaje llano, significa que deben preferirse las soluciones sencillas (llamadas parsimoniosas o económicas por la ciencia) sobre aquellas que requieren mayor esfuerzo intelectual para su explicación.
En docencia es lo mismo. En ocasiones, una pregunta oportuna, un comentario bien planteado, o una explicación clara y breve, pueden reemplazar, e incluso superar, a una secuencia extensa de actividades como recurso didáctico para el logro de unos aprendizajes. El parámetro debe ser el logro de los propósitos educativos y no la necesidad de mantener a los alumnos ocupados.
Digo, si lo que quieres es entretener adolescentes (o adultos), contrátate en un salón de fiestas como animador-a.
Lo más sencillo es lo que mejor funciona y menos se descompone.
No hay comentarios:
Publicar un comentario