Umberto Eco es autor del ya icónico
artículo “¿De qué sirve el profesor?”, publicado en La Nación, en mayo de 2007,
en el cual se plantea el conflicto en torno a la utilidad de los profesores en
una sociedad que se informa instantáneamente a través de internet. Su
planteamiento es:
“…ante todo un
docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una
buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un
diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que
se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre
en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la
época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo
puede decir la escuela.” (ECO, 2007)
En concordancia
con lo anterior, podemos describir al docente de la era actual como un mediador
cultural, cuya función primordial es gestionar
el conocimiento para la construcción de una cultura del aprendizaje (POZO, 2006:38-50) que a la vez provoca en
sus alumnos el desarrollo de las habilidades que les permitan continuar con
dicha gestión de manera autónoma. Sin embargo no podemos asegurar que la acción
de las instituciones formadoras de ese profesional se encuentre en sintonía con
tal aspiración pues, en su complejidad, el planteamiento normativo y la
propuesta curricular dedicadas a la tarea atienden prioritariamente la
adquisición de conocimientos teóricos y procedimentales muy específicos,
mientras dejan de lado el fortalecimiento cultural y el desarrollo de
cualidades personales de interacción humana.
Ante la necesidad
de contar con educadores que respondan a las exigencias culturales y sociales
del siglo XXI, la respuesta oficial ha sido construir listas cada vez más
extensas y complejas de rasgos deseables para el maestro de educación básica
que delinean, más que a un profesional de la educación, a un santo sabio,
investido de poderes sobrenaturales como la telepatía y la precognición, capaz
de resolver cualquier problema o circunstancia que se le presente, por
inverosímil que esta sea (Cfr.
TORRES, 1998). Las instituciones hemos respondido, en la tradición del
“porcentaje suficiente”, asumiendo que las acciones que realizamos contribuyen
de alguna manera a fortalecer algunos de esos ambiguos y elusivos rasgos. El
resultado es que hay una serie de cualidades esperadas en el docente que no son
atendidas por ninguna instancia formadora, profesionalizadora o actualizadora,
en ningún momento de su trayecto formativo personal. Perfiles tan amplios y
ambiguos no llevan a ninguna parte.
El egresado de
las escuelas normales superiores (licenciatura en educación secundaria) es un
seudoespecialista adscrito a pretendidos movimientos de innovación educativa
que se concretan en una variedad de propuestas didácticas que semejan los complejos
artilugios que construye el coyote en
su afán de atrapar al correcaminos, y
que, al igual que los ingenios del sufrido Willie, terminan entrampando a los
cazadores mientras el correcaminos se aleja alegremente a seguir aprendiendo lo
que quiere, como quiere y cuando quiere. La diversidad teórica y la falta de
una visión filosófica y procedimental en torno a lo educativo provocan la
dispersión en la actuación y los resultados de los docentes egresados de las
normales.
Las limitantes y
oquedades formativas mencionadas no son de ninguna forma responsabilidad del
egresado, y parcialmente se puede hablar en descargo de los docentes formadores,
pues ellos (aunque debería decir “nosotros”) se limitan a tratar de interpretar
el sentido e intenciones de un currículum fragmentado e inconsistente que en un
intento de abarcarlo todo, termina tratando sobre nada en concreto, a fin de
cuentas “las propuestas teóricas para el cambio han sido más fuertes y
profundas que los verdaderos cambios que han tenido lugar en las prácticas
educativas” (POZO, 2006:30) Y ¿de dónde puede surgir un docente con el perfil
esperado, si las instituciones dedicadas a dicha tarea no lo están formando?
Ante este escenario, y asumiendo que
existe una gran cantidad de variables que no se están tomando en consideración,
me permito proponer lo siguiente:
·
El perfil profesional del docente debería concebirse como un
proyecto de vida, contemplando un Perfil inicial, Perfil básico y Perfil
profesional, definidos por estándares claros y mesurables. Este planteamiento
recuperaría los resultados de las investigaciones sobre el desempeño docente
que evidencian las ventajas de la expertiz en el desarrollo y fortalecimiento
de competencias docentes.
·
La escuela normal debe prevalecer, pero abandonando su
carácter de centro de estudios terminales, para ubicarse como Centros Iniciales
de Formación Docente y, en el caso que nos ocupa, como un nivel básico de
formación docente orientado a la educación de los adolescentes, en que el
formando reciba las orientaciones para el abordaje didáctico de diferentes
tipos de contenidos desde los enfoques vigentes. Deberá ser éste, además, un
espacio en que se promueva el fortalecimiento e intercambio de diferentes
expresiones artísticas y culturales (a despecho de la visión actual, en la que
el desarrollo humano y cultural son aspectos complementarios del currículum).
El sentido formativo deberá ser eminentemente humanista y promotor del
desarrollo de la subjetividad como riqueza cultural del educador.
·
En el caso de la formación de docentes para la enseñanza de
una asignatura, materia o área de conocimiento en secundaria, ésta deberá verse
como un trayecto permanente durante la vida profesional del educador, con
cursos de posgrado con nivel de especialista, pero enfocados hacia la
ampliación y diversificación del saber (temático, didáctico y pedagógico) en
relación con el campo del conocimiento; no
se trata de tener conocimientos cada vez más profundos de un solo tema, sino de
tener una visión cada vez más amplia y propositiva. La acreditación de
estos cursos, ofrecidos por las mismas normales bajo normas y regulaciones
estrictas, podría bien suplir o complementar el requerimiento de evaluación y
certificación que plantea la Ley del Servicio Profesional Docente.
Monterrey, Nuevo León a 31 de enero de 2014 (Sí, hace casi un año que presenté la propuesta en los foros de consulta)..
Fuentes referidas:
ECO, H. (2007), “¿De qué sirve el profesor?”, en La Nación.com, Publicado el 21 de mayo de 2007, Recuperado de ‹‹http://www.lanacion.com.ar/910427-de-que-sirve-el-profesor›› el 29 de enero de 2014.
POZO, J.I. (2006), “La nueva cultura del aprendizaje en la sociedad
del conocimiento”, en J.I. Pozo et al, Nuevas
formas de pensar la enseñanza y el aprendizaje. Las concepciones de profesores
y alumnos, Barcelona, Graó, Pp. 29-53.
TORRES, R.M. (1998), “Nuevo
rol docente. ¿Qué modelo de formación para qué modelo educativo?”, en revista
Perfiles Educativos núm. 82,
octubre-di, 1998, México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y
la Educación, Recuperado de ‹‹http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13208202›› el
29 de enero de 2014.
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