sábado, 6 de agosto de 2016

La idea de Dios

La idea de Dios (o de Un dios) nos atraviesa cultural y moralmente. Practicamente la totalidad de nuestros principios morales provienen de preceptos irracionales que, en su momento, fueron condiciones de carácter religioso para mantener la armonía con el o los dioses. Particularmente, en nuestra cultura, todos los actos, relaciones e interpretaciones relacionadas con lo sexual y con el ejercicio de la sexualidad se encuentra matizado por las restricciones y valoraciones que el pensamiento cristiano medieval y premedieval construyeron a partir de interpretaciones muy particulares de las Escrituras (convenientemente adicionadas o eliminadas de acuerdo a los intereses de los acotadores). Es por eso que rechazamos la desnudez, sancionamos a la mujer, la puta ("puta" significa "culpa"; la mujer es la culpa -del pecado original- personificada); castigamos la infidelidad y consideramos malo o perverso el ejercicio libre de la sexualidad. En este sentido, aún quienes se declaran ateos se encuentran ligados a los preceptos de la religión que la cultura ha hecho suyos.

Pero más allá de esa moral tan evidente, existe otro aspecto en el que la idea de dios se encuentra fuertemente atravesada: el sentido de la vida.

Asumir que la existencia de los seres humanos tiene un propósito, un sentido, o una razón, implica la asunción de la existencia de una voluntad superior (llámesele destino, karma, armonía universal o dios -en cualquiera de sus represantaciones-) que sería responsable de establecer tales metas secretas y misteriosas. Ideas como la reencarnación, la espiritualidad, la comunión de las almas, el viaje astral y otras similares, representan el sufrimiento del hombre ante la idea de la fugacidad.

Aceptar la idea de una realidad sin dios, sin ningún tipo de dios, nos deja ante la deprimente conclusión de que el ser humano no es más que un accidente en la vasta existencia del Universo. Si no hay un dios, no puede haber razón, sentido ni propósito para la existencia del ser humano en general, o para la vida de cada sujeto.

La ausencia de dios nos deja solos, efímeros e indefensos ante la vastedad del infinito. Por otro lado, la existencia de ese dios capaz de prever el destino de los hombres y otorgarles una alta misión, nos ubica como títeres involuntarios de un Plan en el que no seríamos más que ejecutores.

En ambos casos, el libre albedrío no es más que una broma monumental.

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