miércoles, 22 de abril de 2009

Día Internacional del Libro

Otra vez llega el Día Internacional del Libro (usualmente ocurre cada año) el 23 de abril.

¿Qué libro estás leyendo? ¿Qué libro recomiendas? Para los maestros es una oportunidad y un pretexto excelente de leer algo con los alumnos. Los alumnos siempre son niños que disfrutan de los cuentos, no importa si tienen 4 o 44 años. Basta con estar sentado en un pupitre para quedar atrapado por la ensoñación de la lectura de un rico texto leído con amor; con amor al texto, a la lectura y al acto de compartir el placer de la lectura.

Recuerdo de manera muy especial, el día de hoy, mis escarceos con los libros. Los primeros, las novelitas de bolsillo de editorial Bruguera que mi padre escondía inútilmente bajo llave, y a los que yo, cual Lazarillo contemporáneo, me ingeniaba para llegar a través de una rendija, tomando uno tras otro para llenarme de la fantasía de intrépidos aventureros espaciales que siempre castigaban al villano y se quedaban con la chica que, sin importar su planeta de origen, tenía siempre una figura esbelta y atlética y, por supuesto, unas tetas espectaculares. Y así, haciéndome valer de mi ingenio para agenciarme aquello que se me quería vedar, viví la fantasía de los siete a los doce años, tiempo que llegado bastó para que nadie considerase necesario seguirme ocultando el tesoro al que ya estaba yo tan habituado. En ese tiempo me familiaricé con nombres de escritores (muchos de ellos seudónimos de escritores que se avergonzaban de la autoría de esos pulps) como Clark Carrados, Peter Kapra, E. E. Doc. Smith, pero también Edgar Rice Burroughs, Isaac Asimov, Julio Verne.

Luego fue la mala conducta. Era yo tan desordenado como estudiante de sexto grado de primaria, que mi maestro Pablo, profesor de matemáticas en secundaría según sabría después, encontró que la mejor forma de disciplinarme era obligarme a trabajar horas extra. Para ello me citaba en su casa, donde tenía que hace cosas como revisar exámenes, transcribir evaluaciones o contestar laboratorios. Terminaba yo mi jornada escolar, iba a casa a comer, y a las tres de la tarde tenía que estar en casa de mi profesor, listo para cubrir no recuerdo cuántas horas de trabajo. Pero era yo tan eficiente para cumplir con mis deberes, que habitualmente me quedaba mucho tiempo para deambular por la biblioteca de mi profesor ¡y qué biblioteca!

Para mí, acostumbrado a unos cuantos libros en un par de estantes de una vitrina, esos muros llenos de libros nuevecitos, olorosos a tinta, primorosamente encuadernados, eran un mundo aparte. Comencé leyéndolos a escondidas (mi papá me había enseñado, cuando me regaló un librote de astronomía, que debía lavarme las manos antes de abrir un libro, y ese ritual lo practicaba cada momento que tomaba los libros de mi maestro; sobre todo para que no se diera cuenta de que los estaba agarrando), con el tiempo, la discreción se volvió innecesaria, pues se me autorizó, no sólo a leerlos, sino a llevar conmigo los libros para continuar leyendo en casa.

En esos meses me involucré en un frenesí de leticia en torno a la lectura: Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, Ivannhoe, La isla del tesoro, Robin Hood, La metamorfosis, El extranjero, El Principito, La vuelta al mundo en 80 días... sé que fueron más, pero ahora sólo recuerdo esos. Al terminar el ciclo escolar estaba yo desesperado por continuar leyendo, así que comencé a tomar los libros que antes había ignorado en casa: Así hablaba Zaratustra, El Loco, La biblia, El mono desnudo, La huella del dios, y algunos otros menos memorables.

La secundaria me brindó nuevas oportunidades de lectura en varias ocasiones, pero tengo que mencionar de forma especial las vendimias que organizaban algunos libreros, que por unos cuantos pesos nos permitían acceder a verdaderas joyas. Ahí compré y leí Quo Vadis, Los entremeses de Cervantes, Las novelas ejemplares, Los pasos de Lope de Rueda, Juan Salvador Gaviota, Ben Hur, El Lazarillo de Tormes, El retrato de Dorian Grey, La importancia de llamarse Ernesto, El abanico de lady Windermere (me encantaba Wilde), mis primeras aventuras de Sherlok Holmes, incluyendo algunos pastiches, y muchos otros que circulaban de mano en mano por parte de una pequeña comunidad de compañeros que comprábamos y compartíamos libros.

Leí libros desde los siete años, y seguí leyendo cuando estaba en la secundaria. Tenía compañeros y compañeras que leían libros. Los adolescentes sí leen, y este Día Internacional del Libro es un buen momento para atrapar nuevos creyentes de la lectura.

Debo confesar, sin embargo, con vergüenza: nunca he leído El Quijote.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Fernandó:

Escuché el comentario de que el día de mañana a las once d ela mañana en Capilla Alfonsina, estarán regalando libros!!!

Por si quieren ir,

Y respecto al Quijote...bueno,afortunadamente ya lo he pasado, dicen que es gracioso, pero ami no me hizo gracia. Ni hablar.

Saludos cordiales.

g

n u b y a ♥ dijo...

Mi propósito en la vida es nunca leer el Quijote =P.

Creo que una vez fue en su clase que contamos anécdotas sobre cómo habíamos comenzado a leer como hobbie, yo dije que había sido con "Eso" de Stephen King, pero hoy leyendo su experiencia el alzheimer prematuro decidió darme una oportunidad y recordé que fue en la primaria, con Alicia en el país de las maravillas... libro que todavía guardo con mucho cariño.

Feliz día del libro, maestro (lo que queda) Nos vemos mañana.